martes, julio 11, 2006

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El texto a continuación citado deviene del último post de www.flakhadas.blogspot.com

El texto de Follari se puede leer entero en
http://www.clacso.org/wwwclacso/espanol/html/biblioteca/fbiblioteca.html.

Roberto Follari. Pensar lo público: la difuminación de los horizontes. Centro de Investigaciones Científicas. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina. 200?. p. 23.
Disponible en la World Wide Web:
http://168.96.200.17/ar/libros/argentina/cic/follari1.rtf
"Se viene diciendo casi hasta el cansancio, pero en realidad sólo desde hace pocos años: lo público es más que lo estatal, y no debe confundirse con esto último. El tardío “descubrimiento” de la importancia de la sociedad civil y de las organizaciones que en ella se establezcan –por parte de la ciencia social latinoamericana- , llevó a advertir en cuánto se había fetichizado al Estado como espacio único en el cual se dirimiría las relaciones de poder entre las clases sociales y, por cierto, también entre otras formas de recorte existentes en la sociedad (de género, de estamento, institucionales, etc.)
Fue en el campo del marxismo donde se produjo en términos de teoría social, uno de los más sólidos desarrollos contrarios a la idea del Estado como depositario único del poder, y a la política especializada en un espacio singular y con actores profesionalizados. Ello no resulta casual: una de las intuiciones decisivas de Marx (desde su juventud, pero entendemos que hasta el final de su vida) fue que el Estado es un espacio desde el cual la voluntad colectiva ha sido despojada; un lugar donde se ha depositado y condensado la soberanía social, alienándola y perdiéndola"
Hay además otra razón de peso para no salir a sostener desde la izquierda lisa y llanamente la necesidad de eliminar el Estado, o de achicarlo como si ello fuese un beneficio para las clases populares. Y es esta: la política es una acción estratégica que se relaciona con adversarios, dentro de un conjunto de actores múltiples respecto de los cuales debe jugarse. La política no un juego solitario, y no se juega dentro de condiciones o reglas que puedan proponerse unilateralmente por alguno de los jugadores.

Siendo así, si nuestra finalidad estratégica de largo alcance fuera la eliminación del Estado, ello no significa que para tal logro de largo plazo -dentro de una sociedad sin clases, no la eliminación del Estado a favor de la burguesía y el libre mercado-, lo que debamos hacer en lo inmediato sea atacar el Estado realmente existente. La dialéctica enseña que la historia es un escenario de oposiciones, y que por ello la liquidación inmediata del Estado sin pasar por las etapas previas de cambio del carácter de clase de este, llevarían a incrementar la hegemonía de las clases hoy dominantes, con lo cual para nada estaríamos eliminando la dominación (como se buscaría con esa acción).

Es decir: el paso de una forma burguesa de la política centrada en el Estado a una modalidad societal de la política, no es algo que pueda decretarse, sino que podrá lograrse sólo en la medida en que los sectores sociales del caso estén en condiciones de asumir una acción conciente de autoorganización de la sociedad. Evidentemente, para llegar a esa posibilidad hay que superar también la sociedad burguesa como tal, reemplazando el carácter de clase del Estado capitalista por uno diferente.


Si queremos hacer cambios “específicos” al estilo foucaultiano, estamos obligados a enfrentarnos con la actual máquina-Estado, y deberemos hacerlo en términos de superar su eficacia propia. No podemos “retirarnos” a un campo ideal que estuviera ajeno a su influencia: de modo que si queremos sostener la política en el espacio de las organizaciones sociales, e incluso si deseamos que se respete la especificidad de estas y no se las reduzca al uso político partidista inmediato (lo cual lamentablemente sucede a menudo), tendremos que mezclarnos en la política relativa al Estado, para impedir que ésta aplaste a la sociedad, para permitir los márgenes de autonomía y de respeto a los derechos que se hacen imprescindibles en la búsqueda de la autoorganización social.


De modo que entendemos como una retirada idealista, la noción de oponer a la modalidad burguesa de la política otra radicalmente diferente que abandone la referencia al Estado, mientras este último siga teniendo márgenes de poder. Ensanchar la política hacia los márgenes, hacia las instituciones y los dispositivos de poder en dispersión, hacia el espacio de las costumbres y los prejuicios arraigados, no sólo es conveniente: sin dudas resulta absolutamente necesario, y es de celebrar que la referencia a la “sociedad civil” haya servido para trabajar en esa dirección. En cambio, la idea de que ello hace innecesaria la política en relación al aparato estatal y su consiguiente parafernalia de elecciones, parlamento y derechos políticos explícitos, es sin duda errónea: mientras haya Estado, habrá que organizar alguna política al respecto. En el límite, se tratará de luchar contra el Estado existente para lograr su demolición: momento para el cual mucho falta en las sociedades capitalistas occidentales, incluidas las latinoamericanas.


En contraste, nos encontramos en Latinoamérica con un cúmulo grande de defensores unilaterales de la “sociedad civil”, que oponen esta al Estado como si se tratara de instancias sociales por completo exteriores y ajenas la una a la otra.

Se expresa de la manera más cruda: la sociedad civil sería intrínsecamente buena, lo político/estatal necesariamente malo y rechazable.

El mito de la “buena” sociedad civil tiene diferentes alcances. Uno, es el de que sería una llave maestra para vaciar y derrotar a la política centrada en el Estado; tal cosa está lejos de haber sido demostrada, aun cuando es evidente que desde allí se puede producir tensiones fuertes, y golpear en puntos de urgencia inesperados y poco accesibles para la política centralizada. Advertir esta parcial eficacia, es algo muy diferente de haber demostrado que no vale la pena ocuparse de política estatal, considerando apresuradamente que la influencia de esta habría sido “reemplazada” por la de la operación de/con la sociedad civil. Otro importante aspecto, es la pureza virginal que suele asignarse a la sociedad civil, como si en ella no mediaran intereses, o no existieran modalidades de poder institucionalizado. No han faltado las críticas a esta curiosa banalización en la que ha caído un sector nada menor de la intelectualidad latinoamericana en las décadas del ochenta y noventa.

Por ello, sería necesario retrotraer a la noción auténticamente gramsciana de “sociedad civil”. Allí se ponía el acento en la construcción sociocultural de la hegemonía, la cual tenía por finalidad última ganar “las casamatas” de esa sociedad civil para luego acceder al poder del Estado. La lucha en la sociedad civil no estaba opuesta o disociada de la lucha por el poder estatal. Ello –por supuesto- implicaba advertir la existencia de una lógica no inmediata de la dominación, la cual se establecía en las instituciones, el folklore y las costumbres, espacio en el cual se debía trabajar primeramente para recién luego poder acercarse a la toma del poder político.

En esta concepción, el Estado es Aparato administrativo estatal + instituciones de la sociedad civil. De modo que mal podría oponerse aquí sociedad civil a Estado: este, entendido en el sentido restringido de aparato estatal, influye sobre la sociedad civil para allí legitimarse y establecerse. A su vez, apropiarse de la hegemonía ideológica y cultural en este último espacio es hacerlo en un campo no incontaminado y míticamente “bueno”, sino en el territorio de lucha que precede el acceso al poder estatal, y por ello este último como horizonte está presente desde el comienzo mismo del conflicto social.

La escuela puede operar en pro de ideologías críticas, y realizar esta actividad en acto. En las escuelas se puede –y se debería- hablar de sociedades que ensanchen su acervo democrático, y sostengan más a fondo los derechos de los ciudadanos. Pero sobre todo, se debe vivir de esa manera. Se puede ejemplarizar qué es lo que significa una práctica alternativa de modelos de existencia social a través de lo que se haga. Si se vive como natural la participación, la democracia, el respeto mutuo: y se habla también acerca de que esto no es lo “natural” en el resto de la sociedad, el alumno aprenderá –de modo radicalmente personal y exigente- una ideología alternativa. Esta además de práctica requiere discurso, pero este último aparecerá como válido sólo en cuanto las prácticas y los testimonios le sean acordes.

Debemos advertir que para muchos intelectuales la importancia de lo escolar ha pasado desapercibida. Confundiendo lo escolar con lo pedagógico, y asumiendo el desprestigio relativo que el discurso pedagógico ha sufrido en virtud de su propia historia, en general han despreciado un espacio estratégico para la constitución de la conciencia social. Por la educación formal pasan, en algún momento del presente, casi todos los habitantes de nuestra América Latina. Por supuesto muchos desertan ya en nivel primario, pero en ese mismo hecho hay un aspecto para discutir y problematizar. En todo caso, los sectores conservadores han sabido muy bien cómo apropiarse de la discusión sobre educación: es el caso del ala más tradicional de la Iglesia Católica. Con gran habilidad aparece siempre vigilando los procesos educativos formales, y velando por su no-apartamiento de lo que sus miembros juzgan aceptable, de modo de influir permanentemente en las políticas, planes de estudio y perfiles deseables del personal docente.

La escuela puede ser espacio donde ofrecer conciencia de sus derechos a la población, permitiéndole advertir su condición de ciudadanos, y todo lo que ella conlleva. La exigencia de ciudadanización colectiva es hoy una bandera casi maximalista frente al grosero avasallamiento de derechos que implican las políticas neoliberales. Hay que sostenerla a fondo, haciendo de cada alumno -y de quien a él luego lo escuche- alguien dispuesto a no tolerar pasivamente su achatamiento a la condición de objeto de políticas ajenas que no respeten su dignidad.


La voracidad de la política pretende engullir todo bajo su égida; lo social aislado, puede resultar estéril si no logra “universalizarse” por vía de ciertas decisiones de Estado. Habrá que aprender a sostener la tensión entre ambos planos sin confundirlos ni superponerlos; pero a la vez sin aislarlos mutuamente. Como desafío, no es simple. Implica la exigencia de una decisión para salir del maniqueísmo que opone ambos planos, y así sostenernos en una condición que es de mayor incertidumbre: esa que no borra mágicamente ninguna de las complejidades a las que el presente nos enfrenta."

Roberto A. Follari, investigador en la Universidad Nacional de Cuyo.

1 Comments:

Blogger phillip said...

porque no dejas de citar, inspirarte en otros, castrar un gato, como si eso fuera algo fundamental para el gato y la humanidad, y por un instante , un segundo nada mas, te pones a pensar, o reflexionar aunque sea los terribles dichos naturales que salen de la garganta de mama, que dice lo que se dice a lo Mirta Legrand....privada de naturalidad, lo publico es tu mama Estado que tu repites como si
tal cosa,el Estado es Dios ni sabe que existimos por eso lo votamos...por creyentes pacatos, de creer, como tu a tu mama....

4:57 a. m.  

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