sábado, abril 29, 2006

Para vos

El personaje de la obra dice: "El tiempo es la distancia más larga entre dos lugares" y es una verdad muy cruel. Por lo menos desde donde veo hoy yo esta frase.Me imagino en ese tiempo-lugar como un punto en un espacio que se agranda a medida que lo empujo hacia alguna dirección. Y así estamos los dos: en la misma ciudad y cada vez más lejos. Aunque por momentos para mi estés tan presente, tan aquí, tan hoy, tan día a día...
Ayer me robaron la cartera y hoy en la comisaría declaré que lo más importante, lo que necesitaba realmente era que me avisaran si encontraban una carta.
_Pero, ¿una carta documento? ¿Cómo una carta?, preguntó el policía de turno.
_Una carta de puño y letra, una carta personal. Estaba entre dos postales de Dalí, el pintor, atada con un lazo blanco, una cinta bebé gruesa. Eso y los documentos, si aparecen.
_ Está bien, dijo el oficial Herrera. ¿Algo más?
_ No.
_ Entonces repasemos la denuncia: "En la ciudad de Rosario, departamento del mismo nombre, provincia de Santa Fe, a los 22 días del mes de Abril de 2006, siendo las 14 hs comparece ante mi..." " Denuncia: en la víspera, siendo aproximadamente las 23:15 hs me encontraba..." "...así es que, en un momento dado se me apersonó un masculino en una bicicleta..." "...me sustrajo: una campera de cuero marrón tipo gamulán, una cartera de cuero marrón donde tenía mi DNI de extranjeros, tarjeta de débito del Banco Río, carnet de la biblioteca, llaves de mi domicilio..." "...un cuaderno azul, un libro de filosofía de tapa verde y una carta personal entre dos postales de Dalí, atadas con un lazo blanco tipo cinta bebé..." "Con lo que no dando para más se da por finalizado el presente acto del que previa lectura y ratificación de su total contenido firma de conformidad y para constancia por ante mi que suscribo y refrendo, Hererra Germán, oficial auxiliar."
_Perfecto, dije yo. Muchas gracias.

Las cosas son cosas nada más, pero esa carta que nunca te di y que tenía fecha 21 de marzo la llevaba conmigo adonde fuera. Exactamente un mes estuvo viajando a mi lado, cambiando de bolso en bolso. Un día le arreglaba la cinta blanca y le recortaba los flecos que se deshilachaban. Otro día la envolvía en folios para que no se arruinara al contacto con el resto de las cosas que migraban y emigraban de su lado. Otro la desenvolvía y la volvía a leer para corroborar que cada palabra estuviese en su lugar, que tu nombre estuviese intacto, que la estrofa de la canción que servía de saludo y esperanza todavía tuviese melodía al leerla...
¿Será que las cartas tienen fecha de vencimiento? ¿Será que si uno no las entrega a tiempo ya no puede hacer más que guardarlas, tirarlas o esperar a que se las roben? Pero, ¿de qué tiempo estaríamos hablando? ¿Del tiempo que pasó antes de escribirla, cuando imaginaba todo lo que te iba a decir en ese papel si alguna vez me atreviese a escribirlo? ¿Del tiempo que tardé en redactarla y en el que me imaginaba dándotela y advirtiendo tu cara contrariada como diciéndome "¿no es tarde ya?" ? ¿O quizás el que importa es el tiempo que pasó viajando conmigo adonde yo fuera durante este mes? Acompañándome, recordándome que en cualquier calle podía desprenderse de mi y pasar a manos de su verdadero dueño, su destinatario...
No sé. Quizás el tiempo sea al fin y al cabo sólo una variable. No, no lo creo, pero lo deseo.
Sin embargo y aunque el tiempo haya pasado y quizás la carta estuviese ya vencida no pasa lo mismo con lo que yo siento por vos, con la necesidad de escribirte otra carta y comenzar otra vez a vivir esos tiempos en los que me espera la espera de no saber nunca si alguna vez este estar hoy escribiéndote nuevamente, ayude a que todo este tiempo que ha pasado se diluya en un segundo... de esa manera la cercanía geográfica sería real, la distancia se acortaría a 0 y podríamos estar de una vez, cara a cara, vos y yo.

Cortazeando

Ella se levanta temprano porque tiene un compromiso. Su hermana mayor no lo hace, pues ha repetido esta rutina durante toda la semana. En su cama, Emilia sueña con sus quehaceres diarios, en un contexto poco común, en un formato más que arbitrario, pero sueña.
Carola no encuentra calzado que le siente bien con su atuendo. Si de eventos religiosos se trata, es siempre un milagro vestirse adecuadamente. Todo es criticado y absuelto al más grave de los pecados en estas ocasiones, piensa la invitada. Está apurada y encuentra la solución en los zapatos negros de su hermana. Qué hacer. Emilia duerme como nunca lo ha hecho y los zapatitos negros allí, dentro de su cajita de cartón, dentro del placard, en la pieza de quien sueña.
Pero la menor no lo duda y golpea la puerta del dormitorio. Primero temerosa, luego frenéticamente. Emilia escucha golpes en su cabeza. Su profesora de Idiomas no hace más que azotarla por no haber cumplido con el deber para su clase. De pronto, la mayor recuerda el episodio de esa tarde en que su hermana había derramado el desayuno sobre sus tareas.
Carola sigue golpeando la puerta. Ahora también grita su nombre. Entonces no lo piensa dos veces y corre. Se encuentra con mucha gente que la conoce. La saludan como si el tiempo que faltase para un nuevo encuentro fuese eterno. Pero ella no se detiene, y de pronto se ve a sí misma reflejada en el espejo de su cuarto. Se percata de los golpes que aún sigue escuchando y que la docente ha dejado marcados en su rostro. Un hilo de sangre recorre su frente hasta tocar los labios. Entonces respira profundo y despierta.
Pero ya es tarde. La puerta de madera maciza cae sobre ella. Alcanza a ver el gesto de la menor y sus zapatos negros, como siempre, junto a su cama, como nunca, tan brillosos, como nunca, tan negros, como su futuro.